No hay peor ciego que aquel que no quiere ver
Nuestros
ojos no sólo están abiertos a ver cosas, literalmente hablando. El evangelio de
Mateo, capítulo 9, versículo 30, “Y los ojos de ellos fueron abiertos”
(RV1960), se refiere a uno de los milagros que hizo Jesús cuando hizo ver a los
ciegos.
Leemos
esta Palabra y la podemos aplicar o llevar al plano espiritual y preguntarnos:
¿Tenemos nuestros ojos abiertos a la Fe? ¿Podemos ver lo que Dios quiere para
nosotros? ¿Dejamos entrar a Jesús a nuestras vidas para que pueda abrir
nuestros ojos a la Fe y a la Gracia que El mismo nos regala?
Muchas
veces se presentan a nuestras vidas situaciones buenas o malas, y personas con
algún propósito, para que podamos ver o discernir qué debemos hacer o no; hacia
dónde debemos dirigirnos o no; o hacia dónde debemos mirar o no.
Hago
aquí la aclaración de que Dios no castiga a nadie ni manda cosas malas. Él nos
permite que atravesemos por dificultades estando Él mismo con nosotros,
ayudándonos y dirigiéndonos en todo momento. Desea que VEAMOS el camino a
seguir, porque EL ES EL CAMINO.
Con
nuestros ojos físicos podemos ver toda la belleza que hay a nuestro alrededor.
Abramos también nuestros ojos del alma, para así poder ver aquellas cosas que
el Señor quiere que veamos, aquello que Él nos quiere revelar. Asimismo,
nosotros también podremos decir: “Y nuestros ojos también fueron abiertos”.
Porque
“no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”.
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